Después de unos días de sobresaltos informativos y algún que otro fin del mundo fallido, no sé si necesitaba desconectar del ruido o recolocar mis ideas. El caso es que he podido escaparme a un rincón solitario en plena naturaleza, lejos de los titulares apocalípticos de los medios. El río que me ha inspirado mis últimas fotos no es tal, sino una de las innumerables gargantas que hacen que un río sea importante. Me gusta disfrutar del ruido sano del agua cristalina, que a pocos kilómetros blanqueaba en las cumbres en forma de nieve. Subido a alguna roca en medio de la corriente, me siento como los guijarros de la orilla; inmunes al ruido de la corriente que les rodea, un ruido convertido ahora en una dulce melodía, que por un momento, me hace olvidar el sufrimiento de un mundo, empeñado en vivir de espaldas a la naturaleza.